Caminaba lentamente, la noche no tenía estrellas y mis pasos resonaban cada vez más inseguros. Pero estaba bien, eso era lo único que conocía.
Repentinamente una estrella fugaz comenzó a cruzar el cielo; su luz blanca tibia perfecta inundó mi ser, todo a mí alrededor se iluminó dejando que se viera la hermosa naturaleza que me rodeaba. Los frondosos árboles, las flores etéreas y coloridas; todo parecía sincronizado, perfecto. Me acostumbré a ella rápidamente.
Pero desapareció, tan rápido como había aparecido. Mis ojos, mi mente habían quedado enceguecidos por ella, ya no me interesaba la oscuridad, ya no me interesaba nada que no fuera la luz.
Le di libre paso a mis lágrimas para que corriesen por mis mejillas rápidamente, mientras caía de rodillas sin esperanza alguna. Tampoco intenté controlar la angustia que me inundó de repente, simplemente me deje hundir por ella. Y no regresé a la superficie, tampoco me interesaba.
Hasta, que vi otra pequeña luz, que brillaba no muy lejos de mí. Era muy diferente de la otra. Mucho más débil, como la de una pequeña luciérnaga, que sin embargo cobraba más fuerza conforme la miraba. Sonreí, mientras dejando conformarme por ella.
Ahora no puedo vivir sin esa luz. La que seguramente, siempre había estado allí y que sin embargo no había visto, por estar enceguecida.
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